Veinte años después

Dice una canción de Los Rodríguez de similar título a esta crónica que la vida es una gran sala de espera. Y a la ya extensa espera de un título local desde la estrella de 1988 se sumaba la de ganar cualquier otro trofeo en el que Millonarios participara. Hoy hace veinte años el hincha Embajador veía ese sueño hecho realidad, en una noche que las nuevas generaciones de enamorados azules siempre habían querido respirar y, apenas un año antes, habían visto difuminarse en tierras antioqueñas.
El juego de ida inició para mí con la crónica de una ruptura anunciada. Mi novia por ese entonces no vivía en mi barrio y llegaba de visita, con la sorpresa de que al tiempo me estaba yendo yo a buscar un Bus Ejecutivo «Directo K30».
-¿En serio vas a irte?
-Millonarios juega una final. ¿En serio crees que no iré?
Viví los primeros 45 minutos de aquella primera final en la que pude seguir a Millos en el Campín, con boletas de lateral agotadas y una «colada» en sur con una que tenía impreso ‘Lateral norte’ en ella. 45, porque fue tal la lucha que me perdí todo el primer tiempo, y sólo pude respirar el segundo en las gradas gracias a que a un señor y a su hijo menor les impedían el acceso a ese sector por la edad del pequeño embajador.
-Quisiera darle más por hacerme posible este momento, pero no tengo.
-Tranquilo, pelado. Qué le voy a cobrar más de lo que pagué.
En esos 90 minutos bogotanos la angustia reinaba por querer marcar un gol más, pero cesaba con el pitazo final. Un 1-1 que podría haber augurado un mal presagio, pero que veía en mi rostro y en el de muchos hinchas la confianza y la fe de que en Ecuador lo podríamos sacar adelante. Aplausos, arengas y esperar a que el equipo saliera por occidental y por el parqueadero norte para decirles que era nuestra, que la Copa no nos la volverían a arrebatar.
Los derechos de televisión en ese 2001 no nos permitieron ver el partido en la pantalla chica. Acostumbrados a aquellas épocas de radio, imaginación e interpretación, sintonizamos y escuchamos los 90 de vuelta con Sergio, mi gran amigo de Comandos y de toda la vida. Golazo del Mono Jaramillo de palomita; autogol que nos decía que el suspenso iba hasta el final. Un primer penal errado, luego tres convertidos y dos atajados por Rafael Dudamel, para que el yerro del jugador local en el último disparo nos viera fundir el grito de CAMPEÓN en un abrazo y una vuelta olímpica con nuestra bandera en el parqueadero del conjunto donde vivíamos.
Hace veinte años Millonarios ganaba su Copa Merconorte de la mano de Carlos Castro, Dudamel y, todo hay que decirlo, Luis Augusto García. Un Emelec que complicó ambos juegos pero que sucumbió ante la historia, la autoridad y la jerarquía. Esos elementos de los que adolecimos tanto veinte años después. Esas cualidades que nuestro Club y nuestra hinchada merecen y necesitan ver reflejadas en Alberto Gamero, los jugadores que se queden y los que lleguen a vestir este escudo en los tres o cuatro torneos que disputen en el 2022. Fútbol, hombres y triunfos dignos de lo que Millonarios debe y tiene que significar.
Carlos Martínez Rojas
@ultrabogotano

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