Carlos, azul para la eternidad
El hombre era reservado, aplicado, buen estudiante, quizás demasiado silencioso para aquellos tumultuosos años 90s. Grunge, cigarros, guitarras con cuerdas endebles y una camiseta azul siempre puesta y tatuada en el alma.
Extraordinario jugador de billar, me paseó en uno y mil chicos, en libres y tres bandas, pasaron años hasta que pude tan solo aspirar a equilibrar alguna partida. No recuerdo haberle ganado nunca.
Primero Oriental y luego la curva norte fueron testigos de nuestro amor por el azul. Parece que fue ayer, en el cuadrangular del 97, ante el Bucaramanga, con un ambiente caldeado de insultos que vienen y van, aquel muchacho tranquilo buscó en su maleta y empezó a lanzar lápices de colores a la hinchada visitante. Lo hizo con rebeldía, con furia adolescente, sin ningún tipo de precaución. Nos tocó casi que suplicar a la policía para que no lo invitara a abandonar el Nemesio.
Las primeras polas al final de los partidos, el verdadero aguante que significa una real amistad.
Lo vi cerca al planetario por última vez, me invito una cerveza, pero yo tenía un afán horrible. Pocos meses después un accidente se lo llevó para siempre. Corría el año 2008 y su pequeña hija no pudo disfrutar al personaje que era su papá.
Carlitos no pudo ver la definición de Mayer ante Chicó, la atajada de Lucho Delgado ni el zurdazo de Henry, se fue con un Millonarios que parecía sumergido en una crisis eterna. No soy partidario del cielo, pero quizás allá, no sé si arriba, abajo o a la izquierda, esté él, el parcero Muñoz, sonriendo y esperándonos con una birra, al clima, como en el palacio de los noventas, para seguir cantando y comentado el último partido.
Por: @TotoPeroNoTanto