MI PRIMERA VEZ

Mis viejos no la tuvieron fácil, en el caso de mi madre, pudo terminar sus estudios gracias a una beca que la obligaba a estudiar bajo presión, no podía perder ninguna materia durante su carrera universitaria. Era su única oportunidad. Mi papá trabajó y estudió simultáneamente, jornadas que daban inicio a las 6 am y solían terminar sobre la media noche. Les costó mucho al comienzo, tuvimos serias dificultades, vivíamos en la periferia de la ciudad. Para colmo de males, estaba un mocoso pidiendo  semana tras semana que lo llevaran al Campín a ver jugar al que sería su primer amor. El color azul ya estaba en mis venas. Tenía 5 años y soñaba con ser médico y jugar al balón. Una foto recortada de un periódico con la estampa de Sócrates (Crack brasilero de los 80s) adornaba mi diminuta habitación.

Venía en camino un hermanito y me imagino la preocupación económica de este par de docentes que estaban ante la ampliación del núcleo familiar. Y entonces, la muerte caprichosa y fulminante se llevó al que estaba destinado a ser mi compañero de juegos y abrazos. No tuve la oportunidad de conocerlo, pero aún en ocasiones me pregunto cómo hubiese sido crecer con mi hermano a mi lado.

La noticia me devastó, no entendía muy bien el concepto de irse para no volver. En un hermoso intento para reanimarme, me djeron los viejos, “Para tu cumpleaños, nos vamos pal estadio”

Solo cuando los años nos empiezan a llegar en cantidades exorbitantes y somos nosotros los padres, empezanos a comprender el berraco sacrifico que hicieron nuestros progenitores. Soñaba con ver el  monumento de la carrera 30, los narradores que por el radio gritaban a todo pulmón Goooooooool de Millooooooooonarioooooooos. Y mis padres, aún no sé de donde, pero me llevaron a occidental, justo al lado de las cabinas radiales.

El rival era el Once de Maturana (cuando aún era el bueno de Pacho) recuerdo a Mina Camacho tapando con pantalón negro, nunca había visto a un arquero con ese tipo de indumentaria. Era un buen equipo. Rubencho, Alexis, y Conde, destacaban al lado del ya mencionado guardameta.

Pero al frente estaba mi equipo, el más grande, el de Pelufo, del Nano Prince, de Silvano Espíndola, que le clavó un pedazo de gol al negro mina desde 40 mts. Todavía lo puedo ver, medias abajo, volteando su cuerpo y haciendo uno de los mejores goles que he visto.  Ganamos con ese tanto. Millos terminaría ganando el clausura, pero en el octogonal final, solo alcanzaría el 3er lugar.

La primera vez nunca se olvida. Independientemente de lo que se trate. La diferencia con las otras primeras veces, es que uno se queda para siempre enamorado de esto. No hay salida.

Escribiendo estas líneas, es imposible sacar de mi mente tantas sensaciones, el progreso familiar, las comodidades que vinieron con los años, el eterno dolor que causó la pérdida de un bebé. La vida misma y sus altibajos que te marcan indeleblemente.

El coloso de la 57, el querido Nemesio al que llevé a mi hija a ver la victoria sobre el Deportivo Cali (1×0) en el primer encuentro del 2do semestre del 2010, en el que mi hijo lloró de emoción al estar por primera vez el año pasado en el triunfo sobre Alianza Petrolera. Las 3 veces ganamos por el mismo marcador, coincidencias familiares, llevamos la victoria (aunque sea mínima) junto al apellido.

No hay mucho más que decir.

Si el fútbol es divino, ir al estadio es el cielo, ganar es el nirvana, perder te hace humano y te enseña a madurar como pocas experiencias logran hacerlo.

Brindo por mis viejos, por la vida, por mis hijos, por mi equipo y por mi hermano.

Salud.

ESCRITO POR: @DARIOTOTO15

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