Venezolano… ¿y de Millonarios?

Es una pregunta que en muchas ocasiones me hacen al llegar a cualquier sitio, especialmente en días de partido, cuando visto la camiseta azul o digo que me dirijo hacia el Estadio El Campín. O una vez en mi sitio, hablo con algún hincha embajador y oyen mi acento.

 

  • ¿Eres venezolano? ¿E hincha de Millonarios?
  • ¿Cómo así?

 

Permítanme explicarles.

Llegué a Bogotá en septiembre de 2016. Como muchos compatriotas, debí emprender el rumbo fuera de mi país, afortunadamente, como a pocos, se me presentó una oportunidad de trabajo. Al igual que todos, debí dejar a mis seres queridos y amigos atrás. Como también fue el caso de una carrera como periodista deportivo desde muy joven, cubriendo al equipo de béisbol de mi ciudad para uno de los dos diarios nacionales dedicados exclusivamente a contar el acontecer en canchas y estadios.

Béisbol, sí. El deporte por el cual mi país es mejor conocido, siendo el fútbol una mera ocurrencia en ciertas regiones, más cercanas a la frontera con Colombia. De hecho, Puerto la Cruz, mi población natal, fue sede de la selección vinotinto y poco sentía de conexión con eso. Eso es tema para otra oportunidad.

Sin embargo, a mi casa llegaban de pequeño las señales de medios colombianos y en más de un domingo, podía escuchar algo de sus transmisiones de fútbol. Las oía para captar algo del estilo de los narradores y sus diferencias con los nuestros. Me llamaba la atención que en aquél entonces, el equipo del cual hablaban con deferencia y respeto era Millonarios. Viendo años después la televisión, especialmente los resúmenes de los noticieros y de SportsCenter, el color azul de la camiseta siempre fue de mi agrado.

Poco me imaginaba que, muchos años después, iba a terminar haciendo de Bogotá mi nuevo hogar.

Un nuevo comienzo. Una forma de ver la vida totalmente distinta. Mi madre y mi familia a más de 1.000 kilómetros de distancia y con el corazón aún pendiente de ellos, sabiendo que la situación de mi país se estaba deteriorando a una velocidad indetenible y vertiginosa.

Al cruzar las vías desde el aeropuerto hacia el hotel en el cual me quedaría durante poco más de un mes, el chofer del taxi me apuntó hacia el estadio El Campín, diciéndome: “Si gusta del fútbol, puede ver un partido. Aquí juegan los dos equipos de la ciudad, Millonarios y Santa Fe. Le recomiendo que vaya a alguno de Millos, siempre son más animados”.

Al comenzar a caminar por los centros comerciales, ver las luces y los sitios de la ciudad, decidí aplicar la razón por la cual me convertí en periodista deportivo: siempre se conocerá más de un lugar y su gente por los deportes que practican y la pasión por los equipos que hacen vida allí. Fue algo repentino y súbito, casi compulsivo. Decidí adquirir la camiseta de Millonarios. Poco a poco comencé a leer, seguir los partidos por televisión, la historia de un club que llegó a ser en su momento el mejor del mundo, fue algo que me comenzó a atrapar. Ver nombres como los de Stalin Rivas, Richard Páez y Rafael Dudamel en la historia del club hacían la conexión más profunda y con sentido.

Decidí estrenarla en una tarde de práctica en el gimnasio. Eso no pasó desapercibido para el instructor de turno. Ocurre que él era seguidor embajador, de mucho tiempo. Y me dijo que debía ir a un partido con él y su hermano.

Así lo hicimos, el 19 de marzo de 2017. Qué mejor introducción que ir a un Clásico capitalino, entre Millos y su eterno rival y vecino de patio. Allí hice algo que por temas de trabajo jamás pude hacer desde que había abandonado la adolescencia.

Ser hincha.

“Vamos Millonarios, que a mí me da locura, estar en la tribuna y poderte alentar…” La energía que desbordaba la Tribuna Oriental de El Campín era algo contagioso. (Y hay cierto toque venezolano en la celebración: “Dale, dale, dale Millonarios…” es cantada al son de “Moliendo café” de Hugo Blanco). Cerca tenía a los tambores de Mi Barrio Es Azul. En mi vida, puedo jurarles, jamás había vivido algo así.

Tres goles de Millos sellaron el triunfo. Salí de allí y puedo decir, sin exageración alguna, que algo había cambiado en mi vida.

Empecé a ir, domingo a domingo, tras victorias y derrotas. Se convirtió en una buena tarjeta de presentación para conocer nuevas amistades, hablando de cómo le iba al club embajador. Siempre hay un hincha de Millonarios. Y aunque parezca trivial, el gesto de un hincha que no conoce al otro y lo saluda, al ver la camiseta, vale muchísimo cuando se está tan lejos de la tierra de uno.

Sufrí mucho cuando caí enfermo y debí ser hospitalizado en plena parte final del segundo semestre de 2017. No pude acompañar al equipo en el estadio, debiéndome conformar con un radio. Estuve en casa, ya recuperado, para la final ante Santa Fe. Mi madre, ya en Colombia, no dejó de orar sabiendo que obtener la estrella 15 sería un bálsamo para mi ánimo y que repercutiría de alguna forma en mi salud.

Afortunadamente, nuestras oraciones fueron escuchadas y el favor concedido en las piernas de Henry Rojas. El son de la Billo’s Caracas Boys, otro símbolo de mi país, no paró de sonar.

Y ni se imaginarán la emoción que representó para mí el saber que Wuilker Fariñez, el prometedor guardameta de la selección vinotinto, estaría con nosotros vistiendo la camiseta de Millonarios, y más aún ver tantas satisfacciones que nos ha dado a todos.

Sigo yendo al estadio, a veces trabajando y otras como hincha. Sigo vistiendo la camiseta y feliz de decir que los hinchas de Millonarios son mi nueva familia y amigos en este país al cual siempre daré gracias por todas las bendiciones que me ha dado.

Y seguiré siendo Embajador, donde quiera que vaya.

Por: Rafael Rojas Cremonesi

@rafaelrojasc

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