BITÁCORA DE UNA ESTRELLA

Hubo pasos quebradizos en ese camino que recorrimos bajo el sueño de un título y con la sombra de nuestro eterno rival campeonando meses atrás. Golpes nacionales y foráneos, empates que no debieron serlo y derrotas que flaqueaban el andar. Pero fueron muchísimas más las alegrías, los abrazos, los golazos y puntos que consolidaron una travesía inolvidable. Y ésos son los lindos bosquejos que quise evocar junto a las memorias nostálgicas y felices de cada lector.
Qué mejor manera de iniciar un sueño que rompiendo el orgullo de un Santa Fe campeón, con un gol preciso del debutante Wason Libardo y un «tas tas» de Osorio Botello, justo antes de su partida pesetera. Luego, una parada en el hasta entonces extraño y difícil Plazas Alcid que nos dejaba incrédulos, viendo un debut con la red en ese semestre de Tancredi, un doblete de Wilberto y el moño a cargo de Lewis, para un 0-4 que nos decía que esto iba en serio.
La siguiente parada sería un 2-0 contra Equidad, repitiendo dos autores en Neiva: un bombazo tremendo de José Luis y un atropellado y luchado gol de Cosme para seguir en lo más alto. El siguiente grito de tres puntos sería en un complicadísimo juego contra Once Caldas; un zapatazo furioso de Robayo a 35 metros del arco y una ley del ex que al fin jugaba para nosotros, con Rentería sentenciando un penal y un partido enredado. Aire en la camiseta que alcanzaría para inflar la propia de los canteranos en Cartagena y traernos un 0-2 comandado por el valiente y obrero Otálvaro.
Dos partidos opacos ponían en suspenso y escepticismo la novena fecha. ¡Pero cómo no recordar esas nubes de dudas disueltas con Wason corriendo a las comidas de oriental norte para celebrar su tanto con la gente! ¡Cómo olvidar el error en la marca de Ómar Pérez y un tramacazo del inmenso Mayer Andrés para silenciar el Campín en la adición y darnos el clásico 105! El siguiente grito de victoria sería nuevamente en casa celebrando un cabezazo de Henríquez y otro GOLAZO -sí, en mayúsculas- de Juan Esteban Ortiz para desairar a Viera y hacer explotar las tribunas bogotanas.
Las fuerzas iban mermando y los partidos complicados empezaban a ser más frecuentes. Luego de un juego contra Cúcuta resuelto apenas hasta el minuto 87 con un rebote capturado por Erick Moreno para clasificar a cuadrangulares faltando cinco fechas, vendrían seis puntos más de locales en plazas distintas donde aparecerían «los W» por partida doble para resolver los líos: primero, un Campín atestiguando un 0-1 y una vuelta al marcador a Quindío con Wason de cabeza y Wilberto como pescador en el último cuarto del partido; después, un Metropolitano de Techo albiazul para ver a los dos negros queridos despedir los juegos de local del todos contra todos con un gol en cada tiempo y sacando de casillas al paisa y derrotado Pedro Sarmiento. Finalmente, dos tiros libres que pidieron y encontraron pista, del uruguayo Tancredi y de Lucho Mosquera para asegurar en Tunja el liderato y consecuente e importantísimo punto de bonificación.
Cuentas en ceros y unos cuadrangulares que nunca olvidaré. Tres puntazos contra Tolima con un nuevo violinazo de José Luis a segundos de iniciada la etapa final, un penal de Rafa y un buen gol del ‘Leticiano’ para golear y devolvernos la vida -justo un día antes de la eliminación de Sudamericana-, para evitar quedarnos con las manos vacías. Asistencia genial de Candelo y golazo de Cosme en el Coloso de la 57 para calmar las aguas contra un aguerrido Pasto e irnos al que tal vez fue el partido más importante de la serie. Una Ibagué en la que fuimos locales, en la que Cosme repitió y en la que el buen Hárrison nos hizo llorar, gritar, pegarle a las paredes, abrazar desconocidos en los bares y celebrar en el Murillo Toro su gol agónico que lo vería expulsado, a propósito, por su desaforado festejo. La agónica semana no podía concluir de otra forma que en esos segundos luego del 0-0 frente a Junior que parecieron horas, esperando a que Pasto no venciera y que nos tenía con la mirada fija en el televisor o en quien tenía radio a nuestro lado en las tribunas y clasificando, por fin y por primera vez en torneos cortos, a una final que fue tan esquiva con el profe Richard Páez.
Esa final histórica para tantos de nosotros, que nos defendíamos con las estrellas pero ya empatados por el entonces recién huésped de la B, que celebramos la Merconorte de 2001 y la Copa Colombia de 2011 con hambre de más, que nos quedamos con las ganas frente a un robo del América de México en 2007, y que vimos la categoría salvada en 2010 por un héroe que confirmaría su rótulo indiscutible de ídolo esa noche del 16 de diciembre de 2012; marcando su gol precedido por los tantos de Wilberto, Wason Libardo, Pedro Camilo, Juan Esteban y José Hárrison, y recogiendo después sus manos para mandar al cochino averno veinticuatro años soñando con cambiar los versos de las barras y los graffitis de las calles que repetían el número 13 como serenata. Luis Enrique Delgado Mantilla nos regalaba nuestro sueño, vernos campeón en Bogotá y llorando como nunca antes por esta pasión que inspira nuestros sentimientos más genuinos y esquizofrénicos.
Hace siete años dimos la vuelta en casa y éste fue el camino de sonrisas, ilusiones y abrazos de gol con nuestros amigos, con nuestras familias, con quien se cruzara frente a nosotros con una camiseta azul. Hace siete años desenfundamos el «PALO, PALO, PALO, PALO BONITO, PALO EH…», desempolvamos la canción de la Billo’s Caracas Boys, y desahogamos el hermoso «LA CATORCE, TENEMOS LA CATORCE». Hace siete años, después de burlas mezquinas y golpes casi de knock-out -deportivos e institucionales- al fin rompimos las gargantas con un «SOY CAMPEÓN» y pintamos de azul las calles capitalinas, el país y el alma de propios y extraños. Una bitácora que siempre recorro y revivo sin ser capaz de aguantar el llanto. Ése mismo que me vio llamar a mi papá desde oriental y agradecerle haberme hecho hincha del glorioso Embajador, haberme hecho enamorar de nuestro gran Millonarios.

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