Arsenio, el armario paraguayo
Érase una vez un armario cuyo origen era paraguayo. Había sido fabricado con madera rústica, pero firme.
Si bien no era agradable a la vista, poseía gran fuerza y era de gran ayuda para sus dueños.
En su parte superior se instaló un televisor. De aquellos de cajón, eran finales de los 80s y 14 pulgadas era un buen tamaño para la imagen en ese entonces.
El armario empezó a escuchar uno tras otros los partidos que sus dueños veían por TV y su corazón latía cada vez que la albirroja jugaba algún encuentro. Empezó a soñar con ser un delantero y anotar mil goles para ser eterno.
Como había sido un buen mueble, su hada madrina se presentó una noche y lo convirtió en humano, en adelante sería conocido con el nombre de Arsenio “El armario» Benítez . Le dio una altura envidiable, que más parecía de jugador de baloncesto, le dijo que con esfuerzo llegaría a triunfar, pero que no olvidara sus raíces , de donde había venido.
Arsenio marcaba goles y fue campeón preolímpico con Paraguay y atención, jugó las olimpiadas del 92, pero entonces algo sucedió. Sospecho que agarró a patadas a un mueble desquitándose de algún problema en la vida, o quizás lo vieron rayando pupitres, en verdad nunca se sabrá. Pero el hada decidió retirar los poderes que le había otorgado, dejando a Benítez con cuerpo humano pero alma y actitudes de armario.
Como no podía ser de otra forma, este Guaraní terminó jugando en Millonarios, 1 semestre 1 gol y millones de risas que mezcladas con lágrimas fueron la constante de la hinchada azul en los 90s. Si alguien de menos de 30 años está leyendo esto, le aseguro que Boyero era crack comparado con Arsenio.
Una noche de miércoles ante el Quindío en el Campín, los 7 mil de siempre fuimos testigos de un error increíble. Arsenio Benítez hizo gol. En los últimos minutos y con el conjunto de Armenia buscando el empate (ganábamos por aquel tanto), una contra de los azules dejó solo al paragua con la pelota a la altura de su rodilla y a escasos metros del arco cuyo guardián estaba tirado en el suelo, vencido al haber tratado infructuosamente de cortar el centro que dejaba en total posición de gol al delantero. Éste, en cambio de golpear el balón con el pie, la pierna o la rodilla, decidió zambullirse en palomita, dejando ver que la madera aún ocupaba un gran lugar en su ADN y haciendo un ridículo infame, desperdició el segundo.
Terminado el encuentro un periodista le cuestionó sobre aquella última jugada del partido y Arsenio, sin ningún asomo de culpa, aclaro, jamás he querido que mi mesa de noche se disculpe por algo. Dijo. “Si, tomé una mala decisión, me mandé de cabeza, pero este nunca ha sido mi fuerte”.
Un tipo que medía 1.95 mts NO tenia como fuerte cabecear. Es el resumen de su carrera como futbolista.
Así como otros ex jugadores se dejan ver en partidos de exhibición o siendo mediocres, pésimos y en contados casos, aceptables comentaristas, un amigo me contó que lo vio en el centro de Bogotá. El mercado de las pulgas era su nuevo hogar, imponente se erguía entre las baratijas, colgaba un cartel en la manilla de la puerta derecha que decía, “Armario importado $150.000” Precio económico por el mueble, excesivo por el jugador