El gran comienzo: Mi primera vez en el estadio
Al pasar de los años el común denominador en la memoria del hincha azul es la nostalgia que siente al recordar los primeros momentos en el que vio al Embajador, ese instante en el que observó al equipo salir a cancha comenzando así, la magia y el amor por el fútbol.
En Pasión Albiazul queremos rememorar la primera vez que entendimos que el fútbol sería una parte vital de nuestra vida, que luego nos impulsaría a contar nuestras propias historias.
Rafael Rojas (@rafaelrojasc)
La primera vez que acudí al Estadio El Campín fue el 19 de marzo de 2017, justamente en un Clásico Capitalino. Era la primera vez en un evento deportivo desde mi llegada a Colombia y luego de más de 15 años ocupaba un espacio como hincha. Fui con un buen amigo y con su hermano, y desde ese momento quedé enganchado por el ambiente que la hinchada del Embajador mantuvo desde el primer momento. Era imposible dejar de saltar y cantar con los tambores de Mi Barrio Es Azul. ¿Lo mejor de todo? Millonarios venció por tres goles al eterno rival de patio. No me imaginaba que unos meses después, volveríamos a imponernos en el compromiso más importante de la historia entre ambos. Si había llegado a este país como seguidor de Millonarios, ese día terminé de convertirme en hincha. Sentimiento que ha crecido desde entonces.
Carlos Martínez (@ultrabogotano)
Un pelado que trabajaba en un supermercado vendía las entradas de la lateral en su hora de almuerzo. Salimos del colegio con un amigo a buscarlo y a pagarle $18000 por tres pasaportes a la felicidad futbolera; uno de él y dos míos para invitar a mi viejo con las arras de las ventas colegiales. Una camiseta LG pirata (porque ese mismo sueldo de chino no me daba para más), una madrugada a entrar a la silla más alta de la Norte y unas palomas que fueron junto a nosotros las primeras en ingresar al escenario, posándose en el césped del Coloso a esperar la instalación de la publicidad.
Poco a poco se llenaba la popular y, con ella, nuestra sensación de haberla cagado al meternos con las barras. Un primer tiempo más bien borroso y opacado para nosotros por una pelea entre dos capos que destiñeron con rojo sus camisetas azules y fueron sacados por la policía. Con el pitazo final los jugadores al vestuario y nosotros a buscar una Paleta Millos y a pasar a bajas para apartarnos del olor alucinógeno y la pasión desaforada que atestiguábamos como primíparos de tribuna; ésa misma que minutos después compartiríamos furiosos con los dos goles encajados al club barranquillero y celebrando con Carlos Castro colgados a la malla y mordidos por los perros de la policía ajena y distante a lo que se siente respirar un amor y estallar con una red inflada por el balón.
Miércoles 30 de mayo de 2000, 10:30 pm. El fin del inicio de un éxtasis que nunca morirá; la noche que me presentó un hogar al que anhelo volver cuan pronto sea posible; un amor terapéutico de 90 minutos incomparable que conocí en esa ocasión y del que me despedí cantando por primera vez «Volveremos a la cancha a acabar con Santa Fe».
Sergio Cortés (@seracoca_95 )
Hacer memoria y recordar esos primeros peldaños para entender el por qué de las cosas y el entorno es más necesario de lo que se cree. Una pelota y la pasión por ella dieron el puntapié a un amor que va más allá de lo intangible. Porque de pequeño mi papá quiso volverme verde, familiares de algún rojo pero la “batalla” la ganó el azul que conquistó el corazón de un niño que recibió su primera camiseta en 2001 y que se iba a sellar con una primera vez años más tarde.
Era finales del 2003 y la ilusión de los hinchas por el equipo de Peluffo la sentía sin entender la magnitud de lo que significaba Millonarios, sin saber que un equipo llevaba 15 años de sequía en Colombia y mucho menos imaginar todas las cosas que vendrían con los años, tanto buenas como malas. Un 26 de noviembre daría inicio a una historia que mostraría lo que es el fútbol; ganar o perder, más cuando los triunfos se festejan con otro sabor en medio de la escasez. Y al final de ese año sí que entendería el sinfín de emociones gracias a la pecosa.
Estaba jugando al Play con mi primo Sebastián, cuando mi primo mayor, Diego, que ha sido como un hermano, llegó a preguntarle a mi papá si podíamos ir al estadio. Surge la curiosidad de ver eso que se veía tan grande en televisión en un niño que apenas empieza a vivir, porque quien lo ha vivido sabe que El Campín tiene un ambiente y olor diferente, de esos adictivos. Millonarios y Pasto eran los protagonistas para la primera vez, esa que para cualquier futbolero es un bautizo, un sello casi que sagrado. Un amor para toda la vida.
Chaqueta, bufanda y esa camiseta azul que era el tesoro más preciado fueron testigos de una noche que, pese al paso del tiempo, sigue en los recuerdos. Tanto así que esa noche ganaríamos con un cabezazo de Martín Perezlindo. La adrenalina y emoción hicieron lo suyo; en la falta del tiro libre que cobró Jorge López Caballero, el vigor se apoderó de mi e hizo que la razón se ausentara y gritara “neg.. rosc… hd… del Pasto”. Cuenta mi familia que en ese momento la risa ganó sobre el regaño que luego llegó.
Esas vivencias de las que cualquier ser humano queda con ganas de más, eso es ir a una cancha, sea en la tribuna que sea, la hora y el clima, son detalles mínimos. El desenlace de esa primera vez es la segunda. Ustedes dirán ¿por qué? El contexto nos llevaba a jugar contra el Cali, sí, ese mismo 7 de diciembre de 2003 que muchos recordamos. No sabía de clasificaciones, puntos, gol diferencia, lo único que me decían “con el empate somos finalistas”. El resultado lo conocemos todos y salir de la occidental de El Campín era escuchar el caminar de la gente que se sume en el silencio más doloroso.
El fútbol como la vida te enseñan, las emociones que se viven en una cancha son las mismas que en la alegría y la tristeza de un día común y corriente. Sí hay similitud entre el uno y la otra. Esas dos veces me han llevado a vivir las altas y bajas, el amor y el odio en cuestión de segundos, la gloria y la frustración. Una amalgama de emociones que ha impulsado sueños, desde una Copa, Liga y a nivel profesional, porque gracias a Millonarios he logrado metas en mi carrera.
Coleccionar camisetas, boletas y todo lo que sea azul hacen parte del baúl de los recuerdos; pero predominarán las vastas anécdotas que ha dejado Millonarios en un montón de torneos y seguramente seguirá dejando cuando todos podamos regresar a la cancha.
José Guzmán (@guzmanfrench )
La vida está llena de primeras veces, muchas pasan inadvertidas a otras les damos importancia y algunas pocas son sencillamente memorables… Justo en este último grupo está la primera vez que vamos al estadio, que viene siendo lo mismo que un bautizo para todos aquellos que nos preciamos de ser futboleros.
Todos recordamos esa primera vez con mucho cariño, a mi aquel momento me tocó un día antes de cumplir nueve años de edad; llevaba ya tiempo viendo a Millonarios por tv y siguiéndolo por radio cada domingo a las 3:30 p.m con esa corneta inolvidable que anunciaba cuando había gol en alguna cancha del país. Corría Marzo de 2003, llevaba meses insinuando a mis padres que quería conocer el estadio y justo acababa de superar una Hepatitis, era sábado a la tarde y cumplía años el siguiente día, había clásico capitalino y yo llevaba puesto el uniforme completo de Millonarios que tenía por aquella época y que era sagrado siempre que jugaba el equipo, supuestamente ibamos para un parque (con la promesa de volver justo antes de que iniciara el partido, que iba por tv) y mis padres me pidieron ponerme un pantalón y que me abrigara con una chaqueta, yo en mi inocencia acepté.
Tomamos transporte y pronto noté que no ibamos para ningún parque, pero la hermosa inocencia de la infancia me impedía descifrar hacía dónde ibamos, hasta que pasado un rato empecé a notar muchas camisetas azules en el camino (cada vez más) y también algunas rojas. Ahí lo noté, y no lo podía creer, mi regalo de cumpleaños era mi primera vez en el estadio, en un clásico y totalmente de sorpresa.
Recuerdo bien los detalles… como la fila que hicimos para comprar la boleta en las antiguas taquillas del estadio o que nos sobró una boleta porque los niños menores de 10 años esa tarde entraban 2×1 (mi hermana tenía 7 años por esos días) .Finalmente entramos y no me olvido nunca más que lo primero que me gustó del estadio fue el escudo que se formaba en Norte y que en la tribuna opuesta era del rival, también me acuerdo del tablero electrónico de oriental y la fiesta en la salida de los equipos.
¿El resultado? 2-0 con goles de Omar Guerra y Víctor Hugo Montaño, también recuerdo una patada de Agustín Julio al mismo Montaño digna de roja y creo que por eso siempre tuve mucha animadversión sobre ese señor. Infortunadamente por esos años mi familia tuvo muchas mudanzas y en una de esas extravié la boleta, y aún hoy me lamento por eso.
Sin quizás saberlo ni esperarlo mis padres me dieron una tarde que recordaré el resto de mi vida, ya casi 20 años de eso y aún sonrió al recordarlo. Aquel 22 de Marzo de 2003 mis padres no me hicieron un regalo de cumpleaños, me dieron un amor y una pasión para el resto de la vida.